bg-country-switch

Ferran y Anna

Me llamo Ferran, tengo 64 años y soy CUIDADOR.

Anna tiene 61 años. Hace ya seis que le diagnosticaron Alzheimer. Trabajaba en una correduría de seguros. Un día llegó a casa diciendo que le costaba hacer algunos trabajos, que no estaba centrada. Empezó a estar insegura. Pedía ayuda a los compañeros y estaba nerviosa. Más adelante estando de visita en Girona se paró en seco, me miró y me dijo “Ferran no sé dónde está el coche”. Y ahí saltaron todas las alarmas

Hablamos con un amigo geriatra y nos recomendó ir al médico. En 20 minutos nos habían dado un diagnóstico. Fue un momento muy frío. Salimos de la consulta, nos sentamos en una terraza para tomarnos un café, nos abrazamos y lloramos mucho. Y decidimos en ese momento que lo íbamos a afrontar todo en positivo, desde el cariño que nos une, abiertamente, hablándolo todo y juntos. Siempre juntos.

Ahí ya te das cuenta de que tu vida va a cambiar. Cambia su vida radicalmente, pero la tuya también.

Con 61 años me encuentro que sigo trabajando pero mi mujer me necesita. En ese momento de crisis económica y recortes me ofrezco voluntario para que la asesoría en la que trabajo me deje ir. Y es ese día en el que me convierto oficialmente en cuidador.

Te das cuenta entonces que no sabes nada de nada. Que no estás preparado para lo que va a venir, porque desconoces lo que va a venir. Necesitas información y conectas el ordenador y lees mucho. Lees todo. Lees hasta que los ojos te duelen o te saltan las lágrimas.

Y mientras lees encuentras ayuda, como la de la Fundació ACE (Centro de Investigación y Tratamiento del Alzheimer) que nos acompaña en nuestro aprendizaje sobre la enfermedad. Ayudas para Anna, pero también para mí. Soporte, apoyo y mucha información. Psicólogos que te orientan. Y es que esta enfermedad te elimina y si no te agarras fuerte a algo, puede contigo.

Anna tiene aceptado el grado 2 de dependencia, moderada, aunque la realidad es que es una gran dependiente. Tiene las palabras en su mente pero se desvanecen cuando llegan a su boca. Ve los objetos pero no los logra reconocer. Tiene problemas con la percepción y el espacio. Antes se podía vestir sola.

Ahora ya no, ahora la ayudo yo. Vamos haciendo bromas y vamos pasando los días.

Por suerte, tenemos una red social muy amplia. Tenemos tres grandes grupos de amigos con los que continuamos haciendo cosas. Seguimos viajando, salimos a comer tapas, intentamos estar lo más activos posible. Quedamos también con otras parejas que van al centro de día que están pasando por lo mismo y así nos apoyamos y hablamos mucho de “lo que va a venir”. Ellos ya han pasado por lo que estoy pasando yo ahora.

Y nuestros hijos. Tenemos dos hijos, y dos nietos. Pero ellos tienen su vida. Vienen a quedarse con su madre para que yo pueda salir, hacer cosas. Pero yo prefiero salir con ella. Mientras todavía pueda, vamos a ir juntos a todas partes.

El Centro de Día es una gran ayuda. Una válvula de escape. Para ella, y para mí. Me da las horas que necesito para llevar la casa, ir a comprar, poder ir al médico. Yo tengo problemas de espalda, y eso me da mucho miedo. Me da miedo qué puede pasar si un día me ocurre algo a mí, cómo lo vamos a hacer. Ese pensamiento es aterrador.

Mi mecanismo de defensa para afrontar cada día es pensar que todo está igual que antes. Simplemente, ella necesita más ayuda. La ayuda que ella ha dado siempre toda su vida. Muy joven se quedó sin madre y se hizo cargo de su padre y sus hermanos más pequeños. Trabajaba y cuidaba de siete personas. Por eso ahora recibe tanto y tanto, porque ella ha dado mucho.

Lo más triste para ella es no poder comunicarse. Y no poder leer. Siempre ha sido una persona que hablaba con todo el mundo y devoraba libro tras libro. Eso la enfada y la apena.

Nos queremos mucho, y nos seguiremos queriendo. Llevamos desde los 18 años juntos. Nos conocimos en un partido de rugby. Yo he jugado siempre y ella vino a acompañar a una amiga que venía a ver a otro chaval. Y una cosa llevó a la otra. Hasta hoy.

Solo que hoy nuestra vida juntos es distinta. Cada día me levanto y me preparo para la función. Soy un actor de teatro. La angustia va por dentro, pero la sonrisa siempre en los labios. Me levanto otro día, otra vez. Y cuando llega la noche, es cuando le doy vueltas a todo y entonces lloro. A veces solo, a veces lloramos juntos.

La seguiré cuidando hasta que ya no pueda, o hasta que ya no me reconozca. Ese será el momento de ir a una residencia.

Dicen que la música es uno de los últimos cajones en cerrarse. Mientras tanto, seguiremos cantando y bailando.